As flores do meu jardim
Para el hermano Francisco María:
Uno de los primeros recuerdos de haberme encontrado contigo es el retiro de Cuaresma que diste el año pasado, en el Carmo de Braga. Hacía poco tiempo que yo había aterrizado en Braga y, posteriormente, en el albergue del Carmo. Algo que ya entonces percibí como una bendición y que, posteriormente, se fue confirmando con el paso de los meses. Una bendición no exenta de dolor y de cruz. Más bien todo lo contrario. Pero bueno, eso no es lo importante ahora.
Al recibir la convocatoria de aquel retiro me ilusionó poder tener un sábado de preparación a ese tiempo fuerte que es la Cuaresma. Fuiste tú quien nos diste ese retiro y para mí fue un auténtico regalo. Tuve la grata sorpresa de comprobar tu madurez y la profundidad de tu pensamiento y de tus claves pastorales y teológicas, algo verdaderamente sorprendente dada tu juventud. Pensé que eso solo podía ser fruto, además de la buena calidad de la materia prima, de haberte criado en un hogar con un profundo sentido humano y cristiano, de una buena formación carmelitana y, también, de la maduración que las circunstancias de la vida provocan en determinadas personas.
En las semanas y meses posteriores nos fuimos encontrando en las diferentes actividades organizadas en el Carmo de Braga y fuera de él, en las iniciativas organizadas para difundir los libros de los Derechos No Confinados y las otras publicaciones destinadas a dar a conocer a Fradinho. También te observaba algunas de las veces en las que entraba brevemente en la iglesia del Carmo, al ir o al venir al albergue. Allí estabas, en algunas ocasiones, con los feligreses, decorando el templo para alguna celebración especial.
En alguna de estas actividades estabas de protagonista, delante de los focos, como dicen en televisión. En otras estabas entre bambalinas, como dicen en el mundo teatro. Con el mono de trabajo puesto (figuradamente hablando, claro). Tanto en unas circunstancias como en otras yo te percibía con el mismo interés y dedicación. Y esto me parece que es muy importante. Ser fieles en lo pequeño, como dice el Evangelio y hacer esas cosas con la misma actitud que cuando llegan las tareas que lucen más.
Por ello, al llegarme la petición de escribir unas líneas que te puedan servir para la meditación y oración de este tiempo preparatorio para tus votos perpetuos, no puedo dejar de tener presente este encuentro agradable con tu profundidad desde la sencillez.
Pienso en tu preparación (no solo la de estas semanas, también la de tu formación como carmelita descalzo) desde mi condición de laico casado. Y, si me permites un poco de ese humor irónico y corrosivo que tengo, no puedo dejar de sentir un agravio comparativo enorme. A los matrimonios, para prepararnos a nuestra vocación, nos dan un cursillo breve de 3 o 4 semanas, y a los religiosos, os ofrecen varios años de formación filosófica y teológica. ¡Cómo puede ser esto! No nos podemos quejar si luego tantos laicos, matrimonios, padres y madres lo hacemos tan mal.
¿Cómo compensar este agravio comparativo de partida entre las preparaciones al ministerio ordenado y a la vida religiosa, por un lado, y la llevada a cabo para la vida laical, por otro? Creo que, para algunos laicos, entre los que me encuentro, estos defectos de partida pueden ser compensados cuando uno aprende a aprender del Misterio de la Vida. Dicho en otras palabras, cuando se in-corpora – qué bonita palabra – la revisión de vida como modo de aprender a ser persona y a ser cristiano. El famoso ver-juzgar-actuar que pusieron en práctica históricamente los movimientos apostólicos de Acción Católica, y que el Papa Francisco tanto y tan bien ha incorporado, actualizado y mejorado.
Aprender desde la vida. Una mística francesa de la segunda mitad del siglo XX, que en los últimos tiempos me está aportando mucha luz, Madeleine Dêlbrel, fue todo un testimonio en este sentido. Ella era, como dice el título de un libro escrito por uno de sus biógrafos franceses, mística, poeta y trabajadora social. Qué buena combinación de estos tres mundos y dimensiones. Como ejemplo de esta idea de la formación espiritual desde la vida puede valer esta cita suya:
Hay lugares donde sopla el Espíritu, pero hay un Espíritu que sopla en todos los lugares. Hay personas a las que Dios toma y pone aparte. Hay otros a los que deja en medio de la gente, a los que “no retira del mundo”.
Esta es la gente que tiene un trabajo ordinario, que tiene un hogar ordinario o son solteros ordinarios. Gente que tiene enfermedades ordinarias, con su pena ordinaria. Gente que tiene una casa ordinaria, que viste ropas ordinarias. Es la gente de la vida ordinaria.
La gente que se encuentra en cualquier calle. Aman la puerta que da a la calle, como sus hermanos invisibles al mundo aman la puerta que se cierra definitivamente tras ellos.
Nosotros, la gente de la calle, creemos con todas nuestras fuerzas que esta calle, que este mundo donde Dios nos ha puesto, es para nosotros el lugar de nuestra santidad.
Creemos que no carecemos de nada porque, si algo de lo necesario nos faltara, Dios ya nos lo habría dado” (Nosotros, gente de la calle).
Creo que estas intuiciones pueden serte útiles, al menos, en dos sentidos.
El primero, meditando alrededor de estas ideas, para comprobar, una vez más, que la gente sencilla tiene este modo de vivir la vida y el Evangelio, de aprender a fuerza de contemplar cómo la vida se despliega, al tiempo que van iluminando progresivamente su modo de vivir desde la luz de la fe.
En este sentido, en los últimos tiempos veo el ejemplo de mi madre. A sus 81 años, puede mirar hacia atrás, en su vida, y contemplar cómo nos ha educado a sus diez hijos. Sin ninguna carrera universitaria, apenas con la formación de la escuela de su pueblo burgalés, fue la maestra de nuestra formación humana y cristiana. Mi padre tuvo que trabajar duramente fuera de casa y también me dejó grandes lecciones, pero la educación cotidiana y religiosa, recayó en gran medida en mi madre. Hemos vivido doce personas en un piso de 70 metros cuadrados. Mi padre fue un obrero, un trabajador manual. Hubo periodos de estrecheces, en los que tuvimos que ser sencillos a la fuerza, no por opción. Y, en medio de estas circunstancias duras y muy reales, mi madre supo manejarse apoyada en su profunda fe. Sencilla pero profunda.
En mi paso por diversas parroquias y en mi trabajo en barrios populares, me he seguido encontrando con personas sencillas llenas de sabiduría, aunque, al igual que mi madre, su formación académica fuese escasa o, incluso, nula.
Todas ellas, en su vivencia sencilla de la vida y de la fe, tienen como referente a María, que guardaba todas estas cosas en su corazón (Lucas 2, 19). Sin preocuparse porque algunos de los acontecimientos que llegaban a su vida no tuviesen una explicación humanamente lógica en el corto plazo, y a veces ni siquiera en el largo plazo.
Pero no todo es tan idílico entre la gente sencilla. Muchos de sus días y semanas, a veces toda su vida, se mueve en unas condiciones que impiden cualquier tipo de serenidad. Trabajan de sol a sol, hasta la extenuación, un día detrás de otro. Al llegar a sus casas, muchas veces no reina la paz ni la serenidad. Los problemas del alcohol, las drogas o el desempleo sacan lo peor del ser humano. Otras veces no tienen un espacio de intimidad propio.
Estas personas sencillas y profundamente creyentes vienen a nuestras iglesias y parroquias. A las eucaristías dominicales y, a veces también, a las de diario, como he podido comprobar en los meses que he pasado en el Carmo de Braga, donde se mantienen unos niveles de asistencia a la eucaristía diaria que yo hace tiempo que ya no veo en España.
Toda palabra y todo gesto de luz, de consuelo y de estímulo a su crecimiento en la fe que les puedas decir y dar, en el ejercicio de tu ministerio y de tu vocación, estoy convencido de que las percibirán como un tesoro. Y seguro que, en tus esfuerzos por evangelizar a la gente sencilla, descubres que, en realidad, son ellos los que te evangelizan, a veces sin quererlo y sin decir palabra alguna.
Yo pienso, personalmente, que el tiempo y las oportunidades que me ha dado la vida para formarme, para investigar, para pensar, tiene que revertir en estas gentes sencillas. Y creo que esta clave puede también iluminar tus pasos.
Hay otro sentido en el que pueden serte útiles estas reflexiones sobre la revisión de vida. Es el estilo de formación que se puede abrir camino en tu vida religiosa, de aquí en adelante. Aquí hablo sin saber, dada mi condición laical, solo imaginando. Pero bueno, muchas veces los laicos experimentamos cómo los sacerdotes y los religiosos nos hablan sobre aspectos de nuestras vidas que solo nosotros vivimos en primera persona y ellos no, así que esto que voy a decir sirve para intentar empatar el partido.
A mis alumnos de doctorado les digo que disfruten de este periodo de formación fuerte (suelen ser cuatro años) porque, una vez defendida su tesis, si tienen suerte y continúan con su carrera académica, se verán absorbidos por las clases, la burocracia, la necesidad de escribir e investigar a costa de sus horas de sueño o de sus vacaciones…No me creen, piensan que es otra broma de las mías. Pero, cuando pasa lo que yo les digo, comprueban que cuando pensaban que vivían en el infierno – antes de la tesis – realmente estaban disfrutando del paraíso, comparado con lo que les ha llegado después.
Por ello pienso que, pasado tu tiempo fuerte de formación, seguirás, por supuesto, teniendo espacios, tiempos y periodos fuertes para formarte, especialmente en tu caso, ya que es notorio que tienes unas enormes capacidades para ello. Pero también es cierto que se abre un periodo en el que la auténtica formación que te puede ir configurando cada vez más según los criterios evangélicos es la que llega desde el hecho de contemplar la Vida que se manifiesta en lo pequeño, en lo cotidiano, en lo prosaico. En las pequeñas fidelidades del día a día.
Porque, en definitiva, esta formación personal y espiritual de la revisión de vida no está dirigida solo a los laicos. Nosotros tenemos ese camino para compensar la falta de formación inicial. Pero también aparece como una posibilidad para la vida consagrada.
Como profesor que soy, tengo la sensación de que me he enrollado más de lo que quería, quizá sin llegar a ir como debiera a lo fundamental. Por eso prefiero terminar mis palabras con una canción y con una oración, que seguro dicen con menos mucho más.
La canción es del cantautor cubano Silvio Rodríguez, admirado por mi mujer, Flori, y a quien escucho gracias a ella. Su canción Sólo el amor, tiene, para mí, mucho de Evangelio, aunque él no se declare creyente:
Debes amar la arcilla que va en tus manos
Debes amar su arena hasta la locura
Y si no, no la emprendas, que será en vano
Solo el amor alumbra lo que perdura
Solo el amor convierte en milagro el barro
Solo el amor alumbra lo que perdura
Solo el amor convierte en milagro el barro
Debes amar el tiempo de los intentos
Debes amar la hora que nunca brilla
Y si no, no pretendas tocar lo cierto
Solo el amor engendra la maravilla
Solo el amor consigue encender lo muerto
Solo el amor engendra la maravilla
Solo el amor consigue encender lo muerto
La oración es la de San Francisco de Asís, a quien llevas, en parte, en el nombre. Imagino que en la orden carmelitana no habrá problemas por reivindicar una oración de la competencia. Es su famosa bendición, que yo te dirijo desde lo más profundo. Te deseo lo mejor en esta vida.
El Señor te bendiga y te guarde.
Te muestre su rostro y tenga
piedad de ti.
Te dirija su mirada y te de la paz
El Señor te bendiga.
Que así sea.
Víctor M. Marí
Professor universitário
Cádis, 22 de dezembro de 2022
Por prados e jardins um tanto irrigados
pelas águas que não são minhas,
pelo peso dos passos de tantos que sonham voar
aprenda eu, Senhor,
a anunciar o Teu nome na simplicidade do coração,
a escrever versos na prosa da vida,
a ser fermento de uma massa que tarda em levedar,
a ser sempre mais Teu e de todos.
Ámen.
Em os 30 Dias com Frei Francisco Maria pretende-se criar um lugar de reflexão e oração para e com o Frei Francisco Maria que, no dia 28 de janeiro de 2023, fará a sua Profissão Solene.
Cada dia, acompanhado por um rosto e um texto concretos, o Frei Francisco Maria fará a sua preparação espiritual para a sua entrega definitiva ao Senhor.
Acompanhado por tantas pessoas, rezará por cada uma e por cada um, de forma a todos incluir nesta caminhada rumo à sua consagração definitiva no Carmelo Descalço.